Los orígenes de un campeón

Por César Varela, primer entrenador de Iván Raña

Veinte años de relación estrecha con Iván Raña, triatleta profesional, campeón mundial, y tres veces olímpico, se podrían trasladar en palabras de diferentes modos; con la exposición de datos, comentando realizaciones comunes, o narrando alguna anécdota. Y en cualquier caso el lector pensará: ¿y qué va a decir su entrenador? Sólo cosas buenas, que es un tipo estupendo y un deportista ejemplar... lo de siempre.

¿No estamos cansados de comentarios deportivos rutinarios, partidos jugados de poder a poder, esfuerzos a lo fino e impasible y lucha agónica contra las adversidades? En cualquier caso, para conocer al personaje, su trayectoria, y los valores que le identifican, empecemos desde nuestro punto de vista, y desde los orígenes.

De los inicios...

En 1990, me incorporé como entrenador de natación en el CN Santiago. Un club modesto y con poco espacio en la piscina municipal que contaba con medio centenar de jóvenes de edad y nivel diversos. Entre ellos Natalia e Iván Raña, con 12 y 11 años, que venían dos o tres veces por semana desde Ordes, invirtiendo tres horas en desplazamientos para aprovechar la mitad de la sesión. En esos días había mejores nadadores en el club, pero ellos destacaban por su compromiso. Se lo toman todo muy en serio, dispuestos a trabajar duro, pero siempre alegres y juguetones. Cuando conocí a sus padres entendí las razones de esta dedicación. Toda la familia vive el deporte. Los medios eran limitados, pero no el entusiasmo por participar en carreras populares, salidas al monte, excursiones en MTB.

Ahora pido disculpas. Porque para hablar de él, debo hablar algo de mí mismo. También vengo de una familia de cinco hermanos, un padre trabajador y una madre entregada a los hijos en la que teníamos tanta escasez de medios como exceso de vitalidad. El deporte y la vida saludable como valores medulares estaban por encima de las titulaciones académicas. Y siempre presente cierta arrogancia juvenil, por sentirnos fuertes, libres y valientes. Lo mismo que Iván y sus hermanos. Una familia que vive el ocio deportivo... solo por deporte. Se entiende que desde entonces y para siempre tuvieran en mí a un aliado, además de entrenador. Y con los años a un admirador fiel.

Fue tan fácil como inevitable implicarse con estos chicos que se dejaban el pellejo en cada largo de piscina, que reventaban su bici de montaña subiendo y bajando por el monte, y que ganaban carreras populares entrenando un día por semana. Cuando terminó el colegio, Iván se trasladó a Santiago para su bachillerato, y también por mejorar sus condiciones de entrenamiento. Compartimos una vida que continuaba las pautas familiares. En apenas un año se manifiestan rotundamente condiciones innatas para los segmentos del triatlón. Es campeón gallego en natación, hace buenas carreras ciclistas en juveniles, y está entre los mejores corredores regionales, todavía entrenando poco.

Entonces llegó un momento difícil. No era realista rendir en los estudios y a la vez asegurar una base deportiva en tres disciplinas a la vez. Su universidad sería el alto rendimiento deportivo, con los objetivos más elevados.

En un deporte nuevo y exigente como pocos, dominado por los anglosajones, un chico valiente de un pueblo gallego, y un entrenador identificado con sus ilusiones, pero carente experiencia internacional, se propusieron que no había más límites que los de Mr. Newton con sus leyes físicas. Todo esto porque las limitaciones mentales y de trabajo ilusionado simplemente no existen. El objetivo tenía que ser el máximo: ser campeón del mundo.

...hasta ser campeón del mundo

Durante todo este recorrido, las fechas y las imágenes se mezclan... pero no todo es festivo: algún accidente sobre la bici, campeón de Europa Junior, alguna lesión menor, primera estancia en Madrid para volver pronto a casa, los estudios aparcados, victorias en copas del mundo, quinto puesto en los JJOO de Sydney. Todo ello hasta culminar en el campeonato del mundo 2002.

Seguimos tiempo juntos, aunque cada uno en su casa, trabajando en ello. Con tanta ilusión como diez o quince años atrás, pero con más pericia, más dedicación y más futuro. Porque el amigo Raña es un tipo especial, que te transmite y contagia pasión, entusiasmo, y alegría para seguir avanzando. Ojo con él, porque tiene más ganas que nunca.